La Antorcha

El fuego es más que luz y calor: es testimonio. Desde los albores de la humanidad, la llama ha sido símbolo de resistencia, conocimiento y herencia. Quien la porta, lleva consigo no solo su resplandor, sino también la promesa de que no se extinguirá mientras haya manos dispuestas a sostenerla.

En Puerto Rico, el fuego ha ardido en muchas formas. Ha sido el estallido de un machete contra el yugo, la chispa de una idea que desafía el dominio, el resplandor de una cultura que se niega a ser consumida por la bruma del olvido. Pero también ha sido un cigarrillo encendido en una esquina, consumiéndose lentamente entre los dedos de un pueblo que espera, que exhala y que se pregunta si acaso el fuego que lo define será eterno o efímero.

La llama de una antorcha y la brasa de un cigarrillo comparten una ironía cruel: ambas iluminan, pero una inspira y la otra se apaga. Puerto Rico está en un punto de decisión: podemos aferrarnos al fuego sagrado de nuestra autodeterminación o seguir viendo cómo nuestra historia se consume en cenizas sin darnos cuenta.

Los imperios nos han querido apagar, pero la historia demuestra que las llamas nunca mueren fácilmente. Roma ardió y quedó el mito. Francia encendió la Revolución y el mundo jamás volvió a ser el mismo. La antorcha de Puerto Rico aún brilla, aunque algunos quieran creer que sólo es un cigarrillo apagándose en la noche.

La decisión está en nuestras manos: ¿dejaremos que nuestra historia se disipe como humo, o encenderemos el fuego que nos hará ver el camino?

La lucha no es eterna, pero la llama sí puede serlo.